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Acogedora casa rural situada en la vega de Dúrcal, en el Valle de Lecrin, a 20 minutos de Granada y de la playa y a 30 de la Alpujarra.
Ubicada en el interior de una parcela de 3.700 m2, con más de 250 m2 de césped, piscina. La casa está distribuida en una sola planta, dispone de un salón con chimenea, una cocina totalmente abierta al salón, un baño completo y dos dormitorios.

domingo, 14 de agosto de 2011

Justo, el último pastor de Dúrcal





Navegando por la red encontré la siguiente entrevista que me hizo recordar mi infancia. 

Allá por el año 72 yo tenia 7 años, jugabamos en la calle por las tardes, no había casi coches que nos molestaran, pero teniamos que parar la pelota cuando pasaba algun mulo, ya que se asustaban al verla rodar. 

Recuerdo el carro del helado, ¡era azul!, impulsado por una bicicleta a el pegada y cuyo manillar era una barra que estaba adherida al propio carro, con sus dos tapas superiores que me parecían las jorobas de un camello, pero bajo las cuales estaba el mejor helado del mundo. El Señor se anunciaba con una trompetilla que nos hacia correr a nuestras casas a pedir un duro a nuestras madres, para poder adquirir aquella delicia. 

Después seguiamos jugando, pero luego pasaba algo increíble..."El Concejo"... pasaba de vuelta del campo con su penetrante olor y el sonido de las campanillas y cencerros de las cabras. Me asustaban especialmente los grandes machos cabrios con sus enormes cuernos retorcidos y aquellos cueros enormes que llevaban en la barriga, colgados por cintas y que me impresionaban porque les daban una majestuosidad grandiosa. Pero lo mas increíble era que en cada esquina en cada portón cada cabra se desvinculaba del resto de rebaño y cogía el camino a su casa sin que nadie saliera a buscarla, no tenia explicación lógica, ¡esos bichos no pensaban!, ¿como lo hacían?. Después, al final del rebaño, pasaba Justo, con su zurrón, su gorra y su honda, yo le vi tirar una vez, su precisión me pareció espectacular, puso la piedra justo donde la quería poner y aquella cabra bajo del balate y volvió al camino sin dudarlo.

Mas tarde después de cenar, sentados en el tranco de la casa al fresco, mientras los mayores charlaban, yo seguía buscando una explicación al porque las cabras sabían perfectamente lo que tenían que hacer al volver al pueblo después de estar todo el día en la vega al cuidado de Justo.


 

Antonio Serrano
Dice el villancico: "los pastores son los primeros en la Nochebuena..." y Justo es el último del milenio que queda en Dúrcal con esta profesión casi tan antigua como la propia Humanidad. Por esto y porque es Navidad, nos ha parecido apropiado entrevistarlo.
- ¿Desde cuándo te dedicas a esto?
- Desde los siete años, que empecé con mi padre; tengo 77... calcula. Él era también pastor, bueno... ganadero, porque el ganado era suyo. He alternado este trabajo con labores del campo, ya que mi padre nos ponía en todo para que supiéramos defendernos. De noche y guardando las cabras hacía lía y pleita, la hago de cinco, diecinueve y hasta veinticinco ramales; ¡ni pocas espuertas para la aceituna, serones y queseras que he vendido! Algunos veranos me iba montando en la burra hasta un cortijo de Píñar que se llamaba "las Cañas" a segar; dormíamos en la era; cada mañana amanecían uno o dos huecos vacíos sobre la parva: algún compañero se había largado. Poco a poco me quedé solo. Bajé a la estación del tren, pasaban unos almerienses y los convencí para que se quedaran a segar; así pude acabar la campaña. También he trabajado en Francia, vinando remolachas y en una fundición.
- ¿Por qué lugares has llevado tus cabras?
- Guardábamos el ganado especialmente en la sierra. Ya sabes, teníamos labor debajo del canal, junto al barranco de la Cantina. Bajábamos cuando el hielo y los fríos no echaban. Entonces nos trasladábamos a Ízbor, a un cortijo que linda con la venta "la Cebá". Lo más normal era marcharnos a Vélez Málaga o Torrox. Cargábamos el hato en dos bestias y echábamos por el Padul cruzando todo el Temple. Hacíamos tres noches: una en Ventorrillo Carrión, otra en Alhama y otra en Venta Alta. Una vez, de regreso, dormimos en el cortijo del Nevazo, que queda en el Portillo de Zafarraya. En aquel lugar vivía un matrimonio que tenía 18 mozuelas y ningún varón. Yo no he visto en mi vida más mujeres juntas y tan guapas. ¡Había que verlas en la mesa, tan grande, comiendo! Mi padre, que era muy gracioso, empezó a decir ocurrencias suyas y nos pasábamos la noche riendo sin acostarnos. Yo tendría 15 años, ¡figúrate lo que disfrutaba sólo con verlas! También venía mi hermano José. Quedaron prendadas de nuestro ganado y les vendimos el mejor borrego para que hicieran raza. Hoy no salgo del término de Dúrcal. Pueden pastar mis cabras porque son pocas, porque no hay más pastores y porque está todo baldío, aunque no puedes entrar en casi ningún sitio con tanta cerca.
Justo tiene los gestos pacientes y de un viejo adaptado a los azares de la vida, la voz vigorosa y ligera de un adolescente, la mirada traviesa y vigilante de un niño; sobre su regazo la perrilla blanca que nunca lo abandona y que sabe arrancar de sus pantalones los "caíllos" que las hierbas silvestres le adhieren a los perniles.
- ¿Cómo es la jornada de un pastor?
- Mi jornada no tiene horas, pues muchas noches las paso en el corral si paren las cabras. Me levanto normalmente clareando, empiezo el ordeño, doy de mamar a los chotos y salgo al campo sólo para traer algo de forraje. Cuando el sol lleva dos horas salido, saco el ganado y ando unos 15 kilómetros guardándolo; al oscurecer, doy de mamar otra vez a los chotos, separo el ganado y le arreglo algún pienso.
- ¿Se puede vivir del pastoreo?
- Sí, se puede tirar, si como yo, arrimas el forraje y cultivas parte del grano que se comen.
- ¿Ha cambiado mucho el paisaje desde tu niñez?
- Totalmente; alguien que faltara de Dúrcal muchos años no lo reconocería; creo que en toda la historia de este pueblo no se ha destrozado tanto el campo en tan poco tiempo. Si hubiera que volver a vivir de la agricultura alguna vez, tendríamos que abandonar el pueblo mucha más de la mitad de su gente.
- ¿Recuerdas algo muy feliz en tu vida? (se le ilumina el rostro).
- El día de mi casamiento ha sido el más alegre que he pasado. Fuera de eso, nunca he disfrutado de un día de fiesta ni creo que me haga falta. Gozo con mi trabajo, me gusta mucho el ganado y el campo; estoy satisfecho si veo las cabras gordas y pariendo chotos buenos. Hace poco me dio una buena alegría el padre cura. Yo no lo conocía, como es nuevo... Lo encontré por la calle, me pareció un forastero buscando a alguien y le pregunté. Luego me preguntó él por mi trabajo y dijo que quería ver el ganado. Llegamos a mi casa y lo presenté a mi mujer y mi chiquillo como si fuera un marchante que venía a comprar los chotos. Nos divertimos mucho; es un cura muy bueno y muy campechano. Estoy muy contento y agradecido porque fue la primera casa que visitó en Dúrcal.
- ¿Cuándo te retirarás del trabajo este?
- Por mí, nunca; no sé estar parado, ayudo a mi familia, con esto no le quito un puesto de trabajo a nadie y en cambio a mí me da la vida. Por eso, cuando vine una vez de Francia con permiso y Pipa me pidió quedarme con el concejo, no lo dudé mucho. Recuerdo que salí a recoger las cabras en plenas fiestas de San Blas: el día de la Virgen. Nosotros habíamos juntado ya un "puñao" de chotos que mi mujer y mi niño criaron con biberón. Ese día salimos con 99 cabezas y he llegado a pastorear hasta 300. Después, con los cartones de la leche, se perdieron las cabras de las casas y con ellas el concejo. Yo me quedé sólo con las mías.
Justo habla acelerado, queriendo echar en poco minutos todos los silencios a los que la soledad del campo le condena. Sus ojos se refugian en las profundidades cavernosas de sus órbitas como heridos por la luz cegadora del mediodía. Su cuerpo pequeño y enjuto parece brotado allí en la misma tierra que pisa y en los surcos de su rostro lleva, como el campo, el sol, el rocío y los hielos de este siglo que se acaba, tal vez todo el milenio.